Era una mañana como cualquier otra me preparaba para
participar en un concurso de ortografía representando a mi escuela, sentía que
era una responsabilidad muy grande al lado de otros estudiantes muy preparados.
Tenía muchas esperanzas de ganar porque creía en mí. Comenzaron a dictar las
palabras muy difícil, por cierto. El amor por mi escuela me dio las fuerzas
para asumir este reto. Llegó el final,
los señores encargados estaban calificando, el nerviosismo se hizo presente,
hasta que por fin dieron los resultados. Devolvieron aquellas hojas y me di cuenta
que tenía mínimos errores pero a pesar de eso
¡Había ganado! No con la mejor calificación como hubiera querido pero lo
logré. Me sentí muy feliz al haber cumplido mi objetivo y desde ese entonces
supe que era capaz de hacer muchas cosas gracias a mi esfuerzo.
Soy de las personas que no son conformistas que me gusta dar
el 100% de mí, que no me importan lo que digan porque tengo la seguridad de que
puedo superar todos los obstáculos que se me pongan en frente. Muchos pueden
que no confíen en nuestra persona pero ahí estamos nosotros para demostrarle lo
contrario.
Somos únicos desde que nacemos porque Dios nos crea así.
Sinos preocupáramos por el comentario de la gente no avanzaríamos y nos quedáramos en la nada, estancados
en los que ellos opinan. A pesar de que uno trate de ser mejor ante los ojos de
las personas, la sociedad nunca está ni estará conforme con lo que uno hace.
Me gusta el trabajo, pero falta conexión con el cuento de Monterroso.
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